lunes, 26 de abril de 2010

"no tenemos una tradición productiva de milenios"

LUEGO DE ENTREVISTAR A MAURO CESSETTI POR EL PLAN TERRITORIAL QUE SE ESTA LLEVANDO A CABO EN EL HOYO, DECIDIMOS CONVERSAR CON EL GEOGRAFO SANTIAGO BONDEL, PARTE INDISPENSABLE DE ESTE ASUNTO.
Santiago Bondel, doctor en Geografía por la Universidad Nacional de la Plata, profesor y licenciado también en Geografía por la Universidad de Buenos Aires, trabaja actualmente como profesor titular e investigador de la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales del Departamento de Geografía de la Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco. Además, es desde diciembre de 2007 el coordinador académico de la Tecnicatura Universitaria en Gestión Ambiental que se dicta bajo la figura de convenio entre la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales de la UNPSJB y la Fundación Cooperar de El Bolsón. Es autor y co-autor de numerosas publicaciones, en particular de artículos científicos y documentos de divulgación en temáticas regionales.
Estos son algunos de los títulos y trabajos de Bondel, pero además hay que resaltar algo que no aparece en los pergaminos: Santiago Bondel es un interlocutor apasionante, un conversador nato que maneja con claridad información que pocos conocen, y, sobre todo, una figura importantísima dentro del ambicioso Plan Territorial de El Hoyo.
-Hablamos hace poco con Mauro Cessetti por todo lo que es el Plan Territorial: Mauro habló de lo que es su parte del trabajo, de la fundación, de la parte participativa. Ahora queríamos hablar con vos, también por el plan, pero centrarnos en otro aspecto: el que tiene que ver con “la tierra”. La tierra en general, y la tierra productiva en particular.
-Lo primero que a uno se le ocurre cuando piensa en el tema “tierra”, especialmente en la Argentina, es su condición de ser zona de montaña. Somos parte de la montaña. Cuestión que, aunque parezca menor no está muy incorporado en la estructura productiva argentina. La montaña que sí está incorporada en la Argentina es la del noroeste, la de las grandes extensiones, la de estacionalidad marcada, la de la semiaridez, la de las tradiciones relacionadas con los antecesores indígenas en el uso de la tierra. Todo esto, cuando uno viene a un valle como el nuestro, el de la Comarca, se transforma en novedoso. De hecho, la tierra como generador de producción, no aparece hasta las primeras colonizaciones modernas. Incluso para los pueblos antecesores, más que un lugar de producción era un lugar de vida, de intercambio, de caza, de pesca, pero no una tierra incorporada como un lugar a transformar para poder ser sustento. Todo esto que sería más bien antropológico es el primer condicionante que existe cuando uno analiza estos lugares, esto que es la montaña boscosa y templada-fría.
-¿Qué otros aspectos aparecen en juego cuando se analiza esta zona?
-Estos valles tienen una condición de originalidad propia de estar donde estamos. De estar en la Patagonia, de estar en esta suerte de península gigantesca que es América del Sur, metida entre los dos océanos más grandes del mundo. Esta condición peninsular, por llamarla de algún modo, hace que no sea tan fácil extrapolar estrategias de otros ámbitos del mundo. Por ejemplo, sólo pensar en el Paralelo 42º, que es el equivalente a paralelos del mediterráneo: prácticamente Milán está más cerca del Polo Norte que nosotros del Polo Sur; además, estar un hemisferio marítimo, como es el hemisferio sur, y encima en la parte más marítima de ese hemisferio, hace que ciertas cuestiones sean de mucha singularidad. Acá se da el lúpulo, la fruta fina, el trigo.
Un investigador alemán, hace ya como cuarenta años, en una descripción muy interesante que lamentablemente sólo está en alemán, sobre el oeste de la Patagonia, llamaba la atención ya entonces que uno de los principales motivos por el cual la actividad primaria –agrícola más que ganadera–, no tenía demasiado éxito estaba en el desánimo que tenía el productor por el comportamiento del ambiente: veranos que no tenían demasiado calor, inviernos prolongados, o al contrario, inviernos demasiado suaves, toda esta condición de singularidad también es muy importante asumirla.
Vivimos en ámbitos no fácilmente homologables con otros, lo cual nos da algunas ventajas comparativas, y también debilidades, especialmente porque no tenemos una tradición productiva de milenios, ni siquiera centurias, apenas décadas. Y es interesante, porque aún los distintos pueblos de la Comarca tienen sus propias singularidades según qué lugar estés tratando. Hay 400 milímetros anuales de diferencia entre El Bolsón y el Parque Nacional, o corredores de viento y lugares donde el viento no es un problema y así.
Todo esto en paralelo con que vivimos en valles que, en el imaginario popular, tanto en el nacional como en el internacional, están instalados como deseables, por su valor escénico y entonces nos posicionamos favorablemente pero al lado de transformaciones que ocurren y que muchas veces superan la posibilidad de acción racional, pausada, esta cuestión de poder actuar con tiempo, todo esto se supera muchas veces con una especia de onda expansiva que ocurre en todo el mundo con aquellos lugares que resultan ser atractivos. Así que esto se suma a lo otro. Lo otro era el continente, pero encima tenemos un contenido, que somos todos nosotros con nuestras actividades. Si uno hiciera un relevamiento del uso parcelario que existe de la tierra de toda la Comarca, nos encontraríamos con que lo que menos se ve es la continuidad del uso. Se ve, sí, cierta prevalencia hacia la fruta fina, hacia el turismo. Si uno explora un poco ve que se cambió de dueño, que por algo alguien abandonó su lugar. Esto es lo que se conoce como ámbito de transformaciones territoriales continuas, donde la planificación, si bien es necesaria, tiene que tener una cintura o una muñeca muy atenta.

Continúa en el próximo número de Ecos.

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