lunes, 26 de abril de 2010

¡Ay, Patria nuestra!


Cada tanto aparece un libro que te hace pensar. Que lo lees y lo volvés a leer y decís: “qué bueno poder expresar mis ideas como lo hace este tipo”. Qué bueno tener tanta claridad, una pluma tan precisa, esta fina ironía. Hace poco se editó Patriotas. Héroes y hechos penosos de la política argentina, y el tipo que expresa las ideas como nos gustaría a todos es Juan José Becerra.
Becerra, escritor, periodista y ensayista, nació en Junín, provincia de Buenos Aires hace más de cuarenta años y menos de cincuenta. Escribió novelas (Santo, Atlántida, Miles de años) y los ensayos La Vaca. Viaje a la pampa carnívora y Grasa: retratos de la vulgaridad argentina –antecesor directo de Patriotas, en su temática, pero también en su tono y en su gracia–. Es, además, periodista cultural y deportivo: tal vez alguno recuerde las columnas que escribía hasta hace poco en el diario Crítica, cubriendo las perfomances (cada vez peores) de Boca Juniors.
Pero hablemos ahora de Patriotas, que es lo que nos convoca. A lo largo de ocho capítulos desfilan ante nuestros ojos personajes conocidos por todos –algunos más, algunos menos–, pero expuestos ahora en una dimensión desconocida: la dimensión discursiva. ¿Qué significa esto? Que éstos personajes públicos como el rabino Sergio Bergman, el diputado Francisco De Narváez, Monseñor Aguer, el ¿escritor? Marcos Aguinis, el periodista Joaquín Morales Solá, el agitador rural Alfredo De Angeli, entre otros buenos lindos, aparecen ahora alejados de su medio natural: la televisión; y sus apariciones, sus palabras, sus gestos, sus mecanismos, son diseccionados con habilidad de taxidermista por Becerra y plasmados luego en papel, para quedar para siempre allí, a la vista de todos. Y cuando todo queda a la vista ya no es posible hacerse el desentendido con estos personajes, y hay que hacerse cargo de la fauna que nos supimos conseguir.
Bergman y su repetición de frases vacías y bobas: “una especide de cyborg, una maquinita antropomórfica que repite frases a una gran velocidad (…), programado por una serie de aforismos cuya eficacia depende exclusivamente de sus reiteraciones.” O de De Narváez y su acto en Tandil, donde abucheado por la multitud logra por fin el feeling necesario recurriendo al “alica-alicate” que supo imponer su imitador en el programa de Marcelo Tinelli: “La opinión pública argentina, queja viviente colectiva que sucumbe por vicio tanto a las grandes esperanzas como a las pequeñas ideas, le ha enviado a Francisco De Narváez, apenas la cresta momentánea de su ola, una instrucción imperativa que se extiende a la política: 'ahuecame/ahuecate'”.
Estos son apenas dos ejemplos de los personajes que aparecen en Patriotas. Suena terrible, sí, pero leerlos y entenderlos es empezar de a poco a tirar por la borda a estos muñecos que aparecen intocables allá, adentro de la televisión, sonrientes, iluminados, vacíos.

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